Miriam

“Apenas la nube se retiró de encima de la Carpa, Miriam se cubrió de lepra, quedando blanca como la nieve. Cuando Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa,” (Números 12:10)

Alzaba al cielo mi lealtad desnuda.
Elogiaba tus obras.
Celebraba el acto medular de tu doctrina.
Bendecía el contorno de ese nombre que no puede ajustarse a la palabra.
Danzaba sobre el polvo de la ausencia al ritmo de sonajas y panderos
exaltando promesas ancestrales
con la misma alegría,
el mismo fuego,
las mismas contundentes esperanzas.
Pero tu amor fue siempre antojadizo.
Escogiste la ofrenda de mi hermano.
Te complacía el humo de la hoguera con que Aarón pronunciaba
en el ocaso
el adusto ritual de su alabanza.
Al pie del monte Horeb,
junto a las zarzas y las enormes moles de granito
cuando andaban las tribus traicionando preceptos de rabinos y levitas
desde el ceremonial de las infamias,
castigaste mis celos con la lepra que socava la carne,
que segrega,
que consume con lenguas de ceniza,
que prohibe habitar entre los puros a los mortificados con las llagas.
Éscupiste en mi rostro tu desprecio sólo por murmurar contra mi hermano
y la pena no ha sido razonable.
Siete veces multiplicaste infiernos con andrajos de pieles putrefactas.
Fustigar a las hembras,
humillarlas,
disciplinar su espíritu atrevido,
recluir sus voces,
ocultar sus rostros,
proscribirle alfabetos,
dignidades,
con vigilias de hombría empalizada,
¿te hará mejor que el resto de los dioses?
Yo he sido el instrumento de tu gloria,
protectora del niño que elegiste como liberador de los hebreos.
Yo soy Miriam, custodia de la alianza.
¿Qué más quieres de mí?
¿Qué es lo que quieres?
¿Cuándo serán amadas las mujeres por la nobleza de sus intenciones
y no por la observancia de los códigos
que las expulsan
siempre
de tu gracia?

No hay comentarios:

Música