Juana Azurduy

Después de luchar con gran coraje en la guerra de la independencia y asumir el mando de la guerrilla con el grado de Coronela en virtud de su “varonil esfuerzo; de haber perdido a sus cuatro hijos como consecuencia de las fiebres, de dar a luz a otra, en medio de traiciones, defendiendo su vida a fuerza de sablazos, el 15 de mayo de 1817, Juana Azurduy rescata y desciende la cabeza de su esposo de la pica donde se la exponía como escarmiento, para darle cristiana sepultura. Tenía 37 años.
Bolivia (La Laguna)


Después de la malaria que saqueara mi corazón de madre y tu cordura,
de ofrendar cuatro cuerpos,
cuatro nombres
a las viejas matrices de la tierra
sin mayores liturgias ni rituales que un grito visceral,
encallecido,
después de sepultar a nuestros hijos;
después de haber parido a la pequeña en aquella barranca solitaria
mientras andaba la traición
husmeando con su hocico de bestia amenazante y una turba de lenguas en sigilo;
de luchar por mi vida
y por la suya
con toda la fiereza de esa sangre que lamía mis muslos temblorosos,
mis carnes extenuadas,
mi vigilia;
después de cabalgar sobre mi potro los caminos del aire
en un aullido,
de zambullirme en aguas turbulentas,
de ganar,
a empellones,
la ribera donde mi gente cuida la esperanza,
el sueño aquel que abandoné en sus brazos,
el gesto de inocencia vulnerable habitando en la orilla del exilio;
después de haber vagado por los montes mordiendo deslealtades,
apretando cada conspiración entre los dientes,
todavía restaba esta batalla por vencer la impiedad de los verdugos,
por salvar tu cabeza del martirio;
todavía faltaba esta condena de contemplar tus órbitas vacías,
tu rostro devorado por gusanos,
tus mejillas expuestas al ultraje,
a la oscura apetencia de los buitres desgarrando tus pieles con sus picos;
de rescatar,
al fin, de su deshonra,
la prueba irrefutable de tu ausencia.
Juana Azurduy me llaman.
Soy la hembra al mando de un ejército en harapos,
la amazona salvaje,
vagabunda,
con sólo su dolor por domicilio.

1 comentario:

Susana Lizzi dijo...

Admiro tu obra, Norma. Sos una poeta que siempre escojo leer.

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