Dorotea Cabral

Rescatada por un contingente militar años después de su secuestro, negándose a abandonar a sus hijos mestizos, en el colmo de la libertad sexual, la antigua cautiva de los ranqueles escapa con un alférez. Tenía 32 años.
Tierra de los ranqueles/Argentina (1879)


Tuve nombre una vez.
Fue en aquel tiempo
en que una adolescencia irrecobrable cabalgó sobre potros enlutados
hacia la vastedad de la llanura.
Tuve nombre una vez.
Y otra existencia.
Dorotea Cabral.
Así me llaman de este lado del mundo,
de este lado donde no es bueno alzar la desvergüenza
y declarar que Cañumil me amaba
como a la más amada de sus hembras;
que en esa soledad del cautiverio,
parí tres veces mi aflicción desnuda desde el vientre profundo del olvido
y amé la inconveniencia de sus pieles
y su sangre culpable
y su miseria
Yo nunca supliqué por el retorno
ni me hinqué ante los dioses de la tierra
ni pedí que calmaran sus hambrunas repetidas invierno tras invierno
con hatos de ganado en recompensa
a cambio de los cuerpos postergados habitando en los toldos del ultraje
ahora que
por ley
es conveniente rescatarlos de aquellas realidades,
redimirlos del odio
y la tragedia;
a cambio de un puñado de nostalgia ardiendo en calenturas y sudores
cuando el recuerdo atropellaba
lento
por los caminos de la madrugada
hasta alcanzar los rostros de la ausencia
tendidos al final de los asedios,
sin lápidas
ni cruces
ni epitafios,
sin apenas un diezmo de plegaria que los librara,
al fin,
de los demonios cabalgando en las ancas de la niebla.
Y ahora que los lobos de sus ojos
persiguen la promesa de mis labios desde la conveniencia del crepúsculo.
Ahora que sus manos rastreadoras humedecen mis muslos con su urgencia.
Ahora que el instinto es como un viento exterminando toda la prudencia
no me exijan embozo o disimulo.
He pagado con creces mi derecho a vivir el amor
de otra manera.

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