Edith

“Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, de parte del Señor desde los cielos; y destruyó aquellas ciudades y todo el valle y todos los habitantes de las ciudades y todo lo que crecía en la tierra. Pero la mujer de Lot, que iba tras él, miró hacia atrás y se convirtió en una columna de sal.” (Génesis 19:24-25-26)

Soy Edith,
habitante de Sodoma,
a quien Yahvé exigiera testimonio de su estricta condena,
de su furia desgarrando el revés de los pecados
con zarpas de tajantes exterminios…
Camino tras los pasos de mi esposo.
Soy un espectro de alma polvorienta asumiendo que el pacto
ha sido roto
y el número de justos ya no alcanza para salvar al mundo del castigo.
Soy apenas la cruz de mi silencio,
un exánime gesto de clemencia adivinando ráfagas de azufre
que expulsan
hacia el útero terrestre
aluviones de espasmos en racimo.
Una silueta sorda al desamparo,
a la angustia,
al espanto borrascoso,
a la demencia aullando
a contra cielo
orfandades de instantes carcomidos por las bestiales fauces del abismo.
Soy esta terquedad de la nostalgia que escapa de una turba de esqueletos
presintiendo las fiebres,
los temblores,
las vísceras de todas las hogueras consumiendo semblantes amarillos.
No podré echar raíces en el sueño
si atormentan los cauces de la sangre sus gritos de intemperie desnucada,
sus ampollas de estrictas contricciones
detonando en las pieles del olvido.
El delgado susurro de mi nombre atraviesa anatemas desvelados,
anunciando los tiempos del incesto
donde los escogidos del rebaño caerán desde la altura de sus vicios.
El delgado susurro de mi nombre
extendido en el aire del augurio que me fecunda en su matriz salobre
con las pupilas tenazmente yermas mirando
para siempre
hacia el vacío.

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