Mariana Grajales

Corría el mes de mayo de 1869. Mariana Grajales, mujer de extraordinario temperamento, que transmitió a sus numerosos hijos, por herencia directa, el valor, la entereza, la serenidad, el arrojo; que participó de los duros sufrimientos del campo de batalla, de las largas y angustiosas jornadas de la guerra para curar en los hospitales de sangre, ante la tumba recién abierta de su esposo y uno de sus hijos, con dos de ellos heridos de gravedad y otro ensangrentado y moribundo, toma entre sus manos el rostro del más pequeño para advertirle que ha llegado su tiempo de incorporarse a la lucha. Tenía 51 años.
Cuba (Hospital de sangre)


En el alba de cada nacimiento,
cuando enterraba lunas en la arena a cambio de destinos,
de señales cabalgando las pieles de la historia,
en la extraña inquietud de los destierros,
urdí su identidad de abanderados.
Desde los besos sobre el crucifijo,
juramento,
promesa de su entrega,
de su razón de vida,
su coraje,
su esplendor de relámpagos o aceros
guillotinando algunas deslealtades con violencia de amor acantilado,
los conjuré a morir por esta idea llamada libertad,
canté sus salmos como quien legitima una liturgia,
como quien dignifica la palabra
aunque crujían humus de exterminio debajo de los pies,
hacia el presagio;
les transmití las cepas de mi furia,
las altas coordenadas de la sangre,
su linaje de arcilla,
a contraultraje,
las garras de una estricta militancia,
y ejércitos de coágulos,
de hedores apremiando rituales funerarios;
les impuse rigores de intemperie,
resistencia de Patria en las vigilias,
batallas redimidas,
pulso a pulso,
contra los enemigos de sus sueños
y sigo aquí,
tenaz sobremuriente,
junto a sus pobres cuerpos derribados…
Yo, Mariana Grajales,
madre oscura,
perpetuo corazón en rebeldía,
ocultando el desgarro de mis vísceras a las fauces salvajes de la muerte,
oculto este dolor,
lo disimulo
bajo el rictus severo de los párpados.

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