Balkis

“Y el rey Salomón dio a la reina de Saba todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados.” (1 Reyes 10:13)

Mi piel tiende un aroma a sombra pulcra,
a tiniebla compacta,
a nigromancia
rondando la orfandad de los capullos mientras desmayan frutos los olivos
y estallan de silencio las almendras.
Soy Balkis.
Soy la reina de Abisinia vagando sobre el lomo del desierto
y bebiendo horizontes,
duna a duna,
en búsqueda de lazos, exenciones, convenios comerciales, indulgencias,
porque su pueblo embiste
avasallando filiaciones, esencias, dignidades
con mandatos de necios veredictos rugiendo intolerancia a borbotones,
desnudando la voz de su inclemencia.
Soy Balkis,
la extranjera de sus ritos,
la que pronuncia leyes y conjuros con cadencia de muslos desvelados
cimbrando
sobre frágiles tobillos
el sinuoso ondular de las caderas;
la del vientre fecundo
y las miradas propicias al encuentro
como un muelle
donde amarrar el credo sin estatuas que patrocina filos arbitrarios sobre las libertades de las hembras.
Soy la reina de Saba,
con mis labios rubricaré los rollos de la alianza;
con mi lengua de cálidas caricias tutelaré jadeos y gemidos
hacia un encuentro de pupilas ciegas
entre un crujir de fuegos escarchados,
y el trémulo holocausto de la carne agonizando dentro de los cuerpos,
en las postrimerías del delirio,
cuando el sollozo agreste del esperma
engendre,
en la oquedad hecha misterio,
la filiación de astucia contundente que funde otro linaje,
otro destino,
otra estrategia para andar la vida con la sangre por toda contraseña

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