La concubina

En el siglo XIX, la concubina del ex gobernador de Goiania asume la responsabilidad de la supervivencia familiar cuando su amante, ante el tremendo desafío de enfrentar los prejuicios sociales que lo esperan en la metrópoli, opta por el suicidio.
Brasil (Río de Janeiro)


Aquí,
frente a tu cuerpo de ceniza
escojo ser la huérfana del llanto,
escojo ser la sombra inescrutable aguardando un indicio,
alguna huella
que me ayude a indultar la cobardía que abrió tu sien
a furia de pistola,
escojo ser un rostro en el desvelo
cubierto de crespones funerarios que ocultan la fiereza del repudio,
escojo ser esta mujer de escarcha
de pie en la deslealtad de tus ausencias,
de pie en la soledad de la deshonra.
Aquí,
frente a tu cuerpo sin unciones,
soportando el puñal de los prejuicios
merodeando un abismo de locura,
descubro el poderío del relámpago quebrantando esqueletos de promesas gestadas en la hondura de la alcoba.
Cuando al amor no lo llamaban culpa,
lujuriosa emboscada del pecado,
perentoria indecencia de la carne.
Cuando el amor era un andar sereno hacia la claridad de las hogueras donde el alma encendía sus auroras.
Aquí,
frente a tu cuerpo amortajado,
represento mi rol de concubina responsable por todos mis bastardos
mientras afila la impiedad sus ojos,
amartilla el oprobio cada día
y la insolencia
una crueldad viscosa.
Cargo,
en mis venas,
sangre en rebeldía,
sangre sobremuriente a los estigmas en estas coordenadas del despojo,
sangre de antiguas sangres agredidas por las voracidades de tu raza,
sangre sin religión y sin idioma,
sangre que no sucumbe a la intemperie
ni a las inexorables soledades con que habré de luchar cuando tu rostro habite para siempre en el silencio,
se transforme en un óvalo de niebla,
tras el cristal
azul
de la memoria.

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