Juana Manuela Gorriti

Escritora salteña, casó en la adolescencia con Manuel Belzú, -más tarde elegido para ocupar la presidencia de Bolivia- quien no aceptaba su marcada conducta independiente. Producida la separación se dedicó a la enseñanza y a la vida literaria, renunciando a aceptar el rol de primera dama. Tenía 36 años.
Lima/Perú (1848)


Me pides que regrese a acompañarte a esos eriales de convencionalismos,
esclava de los ojos que aún hostigan cada lectura,
cada comentario,
desde la rigidez del disimulo;
como si nunca hubiera demostrado mi desamor al lujo,
mis ausencias,
mis fugas hasta el borde del insomnio,
hasta el exacto núcleo del silencio que oficia al alma de último refugio
Cuestiono los rebaños de costumbres.
Deserto de esta vida de muñeca,
de objeto ornamental,
de porcelana,
de puntillas,
caireles,
transparencias,
de etérea flor languideciendo en búcaros
y me presento al mundo,
independiente.
Soy la Juana Manuela,
la Gorriti.
Enemiga de todo vasallaje.
Arisca como yegua no domada dando corcovos contra sus verdugos.
Soy la Juana Manuela.
Por herencia,
las proscripciones me han templado el alma.
Y no siento temor de los prejuicios,
de las habladurías,
de las trampas que me tiendan los celos poco justos
pues sobreviviré.
Seguiré andando a pesar del dolor encarnizado de entregar a mis hijas,
de cederlas
como ajuste a este acuerdo irrazonable que desgarra mis médulas de musgo.
Perturbaré las páginas desnudas con la osadía de mi pensamiento.
A través de mi pluma,
las mujeres.
A través de mi pluma su tristeza,
su entrega,
su agonía,
su infortunio
en este territorio de tinieblas donde se hartan los buitres de cadáveres
y la usura adjudica el horizonte al mejor oferente entre sus cómplices
mientras se prorratean los sepulcros.
A través de mi pluma,
las mujeres,
su fuerza,
su entereza,
su coraje.
A través de mi pluma sus renuncias.
Todo el protagonismo escamoteado por los escribidores sin escrúpulos
que insisten en tender sobre la historia densos velos de olvido,
restricciones que opaquen el perfil de su osadía.
Desde el destierro he de poder contarlas
de pie
sobre las crestas del orgullo.

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