María

"… mujer que no dudó proclamar que Dios es reivindicador de los humildes y oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo" (Pablo VI, Encíclica "Marialis Cultus", 2 de febrero de 1974, Nº 37)

Yo te enseñé a decir cada plegaria
cuando los largos días de la infancia encrespaban la luz en tus cabellos
y la risa era fácil
y el paisaje no presagiaba cruces ni conjuras;
a guardar en la piel de la memoria los repetidos nombres del silencio,
a impugnar la razón del desamparo,
a condenar eclipses como velos ocultando los rostros de la angustia.
Delaté
cada rastro de injusticia
mientras adelgazaba los vellones en los atardeceres enramados
y el alma trasponía los misterios con sus escapularios de ternura;
las profusas legiones en harapos surgidas desde el fondo de los tiempos,
desde las hendeduras del destino
donde la dinastía del pecado salvaguarda esperanzas moribundas.
Te transmití el misterio de las sílabas que anunciarían bienaventuranzas
para los pobres,
para los hambrientos,
para los postergados de la tierra y su forzado diezmo de penurias.
Porque soy la hilandera,
soy la madre,
soy la mujer hebrea,
soy la esclava de códigos dictados en las noches al linaje de todos los profetas.
En mí estalla la voz de las injurias.
Amamanté tu vida con mi vida.
Te di a beber los sueños que cargaste por los caminos de tus soledades
prediciendo el arribo de otro reino
con el amor por dogma y por liturgia.
Acompañé tus pasos en la arena,
tu idioma de parábolas en vuelo,
los prodigios,
la magia,
los conjuros
tatuados en la piel del evangelio con firmeza de sílabas desnudas
y ahora presencio todas las traiciones,
todos los miedos,
todos los perjurios,
todas las orfandades del ultraje,
toda tu carne herida,
toda espina socavando el dolor en la penumbra.
Porque soy la guardiana de tu pena
y he de beber del vaso acidulado al que fue condenada esta imprudencia
de engendrarme mujer
envilecida por la influencia grisácea de la luna.
Pertenezco a esta casta avasallada,
a la genealogía del agravio
y amamanté
con leche sediciosa
toda la altura de tu rebeldía en la privacidad de las penurias
y te afilié a las huestes repudiadas
que enfrentan vendavales de injusticia en el profundo valle del olvido
y ahora
naufrago junto a tu naufragio
entre un temblor de sangres insepultas.

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