Esta mujer del pueblo, tucumana, cuyo esposo expirara en su regazo, recibe el grado de alférez por su desempeño durante los combates librados por la reconquista de la ciudad de Buenos Aires de manos de los usurpadores ingleses. No existen datos acerca de su edad.
Buenos Aires/Argentina (1807)
Yo soy Manuela Hurtado,
tucumana.
Por la calle de piedras desiguales,
con la misma bravura que tenía cuando llevaba el mundo en bandolera,
he blandido el fusil de tu derrota.
Y en medio del fragor de la metralla,
a ritmo de venganza,
a paso urgente,
con la angustia rugiendo en mis entrañas,
y esta pena salvaje abriendo el aire como el distante aullido de una loba
me he enfrentado al soldado que causara la hendidura letal de tu agonía.
He mirado el rotundo desconcierto,
el rictus sorprendido de su rostro alucinando hembras sigilosas
que liberan la ausencia,
a borbotones,
impidiendo el retorno a su refugio alejado de furias primitivas;
más allá de la espuma,
de las sales,
más allá del bramido de las olas.
Y he regresado a ti.
Ya he regresado.
Sobre mi falda mueres.
Con tu sangre cayendo
sin remedio
a los volantes,
floreciendo en la piel de las enaguas desde el misterio de tu carne rota
Mueres en mi regazo.
Con los ojos abiertos al asombro de un invierno que te roba la vida,
palmo a palmo,
hasta dejarte así,
desamparado,
en los desfiladeros de las sombras
de esta tierra-señuelo,
de esta tierra latiendo a contramarcha del destino,
a contramáscara de las impericias,
a contracielo de las orfandades que restringen su vuelo de paloma;
de esta tierra-mordisco
o rebanada
exhibiendo feraces inventarios ante las contundentes avaricias;
de esta tierra
recién amanecida
sitiada por banderas invasoras.
Alférez de milicias espontáneas en el tiempo de las usurpaciones,
antes de que pariéramos la patria,
mi nombre es como un eco repetido en el margen izquierdo de la historia
Un halo de demencia me circunda
como premonición
o profecía.
Yo soy Manuela Hurtado,
tucumana.
Una mujer de pueblo entre otras tantas,
una mujer celosamente anónima.
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