Dolores Mora

Nacida en Tucumán/Salta a fines del siglo XIX, cuando mujer y escultora parecían términos excluyentes en el seno de una sociedad provinciana, el 21 de mayo de 1903 emplaza en Buenos Aires la polémica y monumental Fuente de las Nereidas. Tenía 37 años.
Buenos Aires/Argentina (1877)


A martillo
y escoplo
y puño pleno,
luché con la entereza de la piedra.
A martillo y escoplo,
golpe a golpe,
le disputé a las vetas indomables la elocuencia de cada criatura.
Y fueron concebidos los tritones
y su dominación avasallante sobre la altanería de los potros,
y fueron engendradas las nereidas con sus míticos pubis sin censura
y emergió la figura femenina
de la tierra
y el aire
y el rocío
como un cántico,
un himno de alabanza,
como una sinfonía que proyecta la perfección de formas incorruptas
que inquietan al rebaño de melindres,
que impacientan el gesto artificioso de la mano que atusa los mostachos,
que quiebran protocolos y etiquetas
con la sola visión de la tersura
con que revelo al pueblo la grandeza de esta sensualidad en armonía
donde estallan acordes minerales
celebrando el remoto nacimiento de la femineidad,
entre la espuma.
Pero soy Lola Mora,
impertinente.
Mis cuerpos de belleza sin recato les toman por asalto la decencia,
les sitian los insomnios,
los asedian con nalgas vigorosas y desnudas.
A mi paso se exhiben las espaldas,
a mi paso el silencio se detiene,
a mi paso los curas se santiguan
y las voces predican desvergüenzas en reuniones,
cenáculos,
tribunas.
Soy,
para su ceguera puritana,
la ramera de todos los ministros,
la infractora y rebelde tucumana que enfundada en bombachas campesinas,
empuñó su cincel y su locura
para arrancar al mármol sus secretos,
el perfil primigenio de los dioses pronunciado en su idioma inquebrantable,
un gesto en equilibrio,
un rastro leve,
la huella de intangibles curvaturas
La que guarda silencio,
aunque le duela,
mientras muerde la piel de los olvidos con sus dientes de furia,
adelgazados,
y se lanza a un exilio sin retorno bajo los ojos
yertos
de sus lunas.

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