Betsabé

“Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella…” (2 Samuel 11:2-4)

Debajo de su sed,
el agua clara,
como llovizna levemente fresca
roza el contorno quieto de mi rostro,
acaricia la curva de los senos de piel dorada
y de pezones tórridos.
Debajo de su sed
el agua mansa halaga la hendidura de mi sexo,
perfila la silueta de las nalgas,
roza muslos de suave terciopelo,
resbala sobre el vientre lujurioso.
Debajo de su sed,
bajo la luna,
levantando los brazos hacia el cielo
y ofreciendo la larga cabellera a los dedos inquietos de la brisa
que sopla
en el terrado de mi insomnio.
Puedo escuchar su aliento entrecortado,
sus urgentes deseos,
sus vigilias
detrás de las señales de mi nombre.
Puedo augurar sus torpes apetencias
mientras me envuelvo,
lenta,
en el rebozo.
Soy Betsabé,
la esposa del hitita.
Procedencia de muertes y castigos para quien olfatea mi intemperie
cuando Jerusalén
se paraliza
cómplice del deseo caprichoso;
para quien vivifica la apetencia de una nueva mujer en su serrallo,
para quien escarnece la palabra comprometida al pueblo de su sangre
y al dios perfecto
y misericordioso;
para quien destituye el paradigma de guerrero invencible
y alma justa
gozando los discretos servilismos
de decenas de sexos tolerantes cautivos en ocultos dormitorios.
Y en esta alianza de infidelidades donde nuestros destinos se encadenan
detrás de celosías
y persianas
y cancelas
y torpes disimulos…
me complace el asedio de sus ojos.

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