Martina Chapanay

Hija de un cacique toba y una cautiva blanca, la cuyana Martina Chapanay, mulata, asaltante de caminos, oficial del ejército libertador, guerrera federal y policía, muere pidiendo limosna y confesión. Tenía 76 años.
Mogna-San Juan/Argentina (1874)


Como un espasmo breve en el cogote
o el nervioso ventear hacia la sombra que enciende sus temores,
que la alarma hasta hacerla piafar sobre la arena
mi sangre fue una yegua sin sosiego
que galopó la luz de la distancia
desnuda y sudorosa,
embravecida por tanta libertad sobre su morro,
por tanta libertad bajo sus ancas,
por tanta libertad contra su pecho
cuando el miedo espoleaba los sentidos hasta el confín de todos los pecados
y mi nombre a la orilla del camino era el pan de los pobres,
era abrigo en las heladas noches del invierno
Hoy he venido a confesar mis culpas.
Porque el tiempo está cerca,
el tiempo llega a exigir que le rinda mis baluartes,
que le entregue esta vida de miseria apretada en la piel de los recuerdos.
Desde aquel día en que el oscuro toba que me legó el perfil de su apellido
se desplomó
junto a la tumba abierta donde mi madre inauguraba el viaje
y me entregó a rigores polvorientos,
con lanza,
con cuchillo,
con machete,
a pie o montada,
el poncho como escudo
despené algunos hombres que enfrentaron mi coraje de hembra en el combate, mis opciones de hembra sobre el lecho,
mi integridad de hembra
que no admite ni un vestigio de indulto a las traiciones.
Los envié de regreso a los abismos,
a las fosas de llagas y vinagres donde siempre es dolor y no hay remedio.
Luché en muchos ejércitos.
Y todos contaban con tu ayuda,
con tu anuencia,
con la complicidad de tus altares-.
Ahora estoy aquí.
Soy la Martina.
He perdido la cuenta de mis muertos.

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